LOS NÚMEROS

Cuando los empezamos a conocer los asociamos a formas que no son compatibles con las letras, dos cosas muy distintas. A medida que avanzamos en nuestro conocimiento aprendemos que a veces entre dos números hay más números y que las líneas también forman parte de este conjunto. Por último aprendemos que las letras también son números y es entonces cuando uno se plantea “¿Tantos años pensando que un número es eso, un número y ahora me dicen que una x equivale a un 8?”. Es frustrante pero uno se adapta.

Lo peor viene después, en la escuela de la vida, allí aprenderemos que da igual la forma del número, su importancia… solo importa su valor. Es mejor el que posee 100 que el que posee 50, da igual lo que sea pero siempre valoramos el que más posee, el más grande. Ejemplo práctico; hemos ganado un concurso y nos dan a elegir una vivienda de 150 metros cuadrados y otra de 40 metros cuadrados, sincérate contigo mismo y responde ¿Cuál elegirías? Probablemente habrás escogido la de 150 metros alegando que una de 40 es penosa respecto al espacio. Ahora pensemos, ¿Cuál está mejor situada?, ¿Cuál está en una zona menos conflictiva?, ¿Quién nos asegura que la que hemos elegido es la que más felicidad nos aportará?

Posiblemente si este planteamiento lo hubiese expuesto un escritor o incluso el rey que únicamente lee el papel de su discurso sería aplaudido y vitoreado; si lo hubiese dicho una persona de 30 años hubiese sido escuchado por todos; si lo hubiese dicho un joven universitario de unos 23 años hubiese sido escuchado por sus compañeros más cercanos: por último, si yo, un chaval de 17 años, lo hubiese recitado en un bar o en una plaza pública… ¿Sería escuchado? Lo más seguro es que la gente sin apenas oírme pasarían de largo alegando que soy un niño. Resultado del estudio, a mayor valor del número mayor importancia de la persona.


“Triste época la nuestra en la que más fácil desintegrar un átomo que superar un prejuicio”

A. Einstein