Siempre me ha agradado una buena taza de café, sea solo o en compañía. Dicen que estimula, yo añado que también relaja, reconforta y curiosamente te muestra las cosas desde otro punto de vista.
En un lugar que poco tenga que ver con el resto se sirven dos cafés contrarios, una charla superficial sin motivo aparente sirve como acompañante. Analízate, analízalo… No demores en tomarlo pues frío no sirve y calentarlo es echarlo a perder… O eso dicen.
Que ridículos somos adornando las cosas cuando lo que realmente nos interesa bien cabe y se muestra en lo que si mismo es. Se termina como se debería de haber comenzado, con lo justo y simple.
Poco queda y cuando se cree que se llegará a algún resto de café, se descubre que se ha llegado a una de las mejores partes, el azúcar concentrado, uno intenta mezclarlo con lo que queda de café, lo apura… Total para servirse otro, pero esta vez sin complicaciones, claro, decidiendo lo que uno quiere, compartiéndolo y disfrutándolo.
El tiempo pasa y uno ha de apurarse, debe de atender sus compromisos, anteponerlos a sus deseos. A tragos largos (pero aún así saboreándolo) ha de plantearse si es necesario el primer para poder disfrutar un segundo café… Se llegará a la conclusión de que es necesario conocerse a si mismo para poder satisfacer un gusto.